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ॐ LO QUE ME CONTÓ EL SILENCIO

 

RETIRO DE SILENCIO EN UN TEMPLO BUDISTA

 

Apenas llevo unas horas en silencio y ya he tenido la suerte de darme cuenta de unas cuantas cosas. Y es que tal vez sea cierto eso de que en el silencio se hallan todas las respuestas.

 

Una vez más, la dificultad reside en saber cuál es la pregunta, cómo saber si es la respuesta adecuada, cuando ni siquiera sé qué es lo que quiero saber.

 

Una de las cosas de las que me he dado cuenta es que hablamos para llenar el vacío o para mostrar nuestro ego. De todas las veces en las que hubiera dicho algo en estos días, ni una sola era necesaria, ni aportaba nada al momento.

 

Resulta interesante también escuchar las conversaciones y los sonidos que se suceden a tu alrededor, incluso las situaciones, como una mera observadora, sin poder intervenir; incluso sin querer hacerlo.

 

También es cierto, que el tiempo parece ralentizarse, me consta que invertimos bastantes horas en interactuar con otras personas, ya sea face to face o a través de algún medio tecnológico. Tal vez, la inmediatez a la que nos abocan estos nuevos medios de comunicación, hace que nos perdamos la verdadera esencia del mensaje entre un montón de palabras sin sentido.

 

Estoy pensando en cuando escribíamos una carta. Y ya no te cuento una postal. Nos pensábamos muy bien lo que queríamos decir, contar. O al menos, poníamos conciencia en lo que escribíamos, en lo que contábamos. E incluso antes de meter la carta en el buzón del correo, ya estábamos anhelando que llegase la respuesta a nuestras manos, que la otra persona nos contase su historia.

 

Respuesta, que tal vez nunca llegó. Quién sabe si no habrá alguien en algún lugar, esperando una carta, una postal; una respuesta a sus palabras, a sus inquietudes. Y es que el silencio, a veces, dice más que las palabras. Tal vez, no había palabras suficientes para pintar un sentimiento, o tal vez, no eran necesarias, o solo tal vez, se perdieron por el camino y el viento las arrastro. Puede que nunca lo sepamos; pero eso es lo bonito del silencio, que te das cuenta que ya no necesitas esa respuesta. Que le damos importancia a cosas que no la tienen, y que más veces de las que creemos, es nuestro ego el que habla y no nosotros.

 

Y cuando escuchamos, ocurre parecido, ¿por qué me enfado cuando alguien dice algo que no me gusta oír? ¿Soy yo o es mi ego el que siente atacado, herido? Creo que esta bastante claro que no es mi verdadera naturaleza la que se ofende; ella sabría que la otra persona está diciendo lo que por una u otra razón ha sentido en ese momento, y es cosa de ella, no va conmigo, ni va contra mi, solo es un reflejo de lo que la otra persona está sintiendo, está viviendo. Y es tan respetable como lo que a mi me han hecho sentir sus palabras. Y lo acepto.

 

Y de nuevo, tal vez en el silencio, pueda encontrar una forma de entender, qué es lo que me movió, y por qué me movió.”

 

 

Conclusión: Comienzo a darme cuenta de cuál es el motivo de que no encontremos ese “algo” que tanto anhelamos. “Eso” que nos hará irremisiblemente felices. Y es que creo que nos complicamos la vida. Vamos persiguiendo algo que no existe, al menos no en la manera en que nosotros creemos que existe.

 

La felicidad ya está en nosotros, no hace falta que vayamos a ningún lugar a buscarla, siempre estuvo aquí, pero nosotros estábamos tan entretenidos yendo de curso en curso, de retiro en retiro, probando una técnica y otra más, que nos hemos ido alejando cada vez un poco más si cabe de esa anhelada felicidad.

 

De pequeños éramos felices, ¿Os acordáis? Pero, ¿Qué es lo que ocurrió para que dejásemos de serlo? Comenzaron los “siéntate bien”, “Vete a jugar con tu primo”, “mira los otros niños que bien se lo pasan”, “mira que fea estás cuando te enfadas” y así un sin fin más de palabras y frases que poco a poco iban mermando nuestra esencia, lo que de verdad éramos.

 

Tuvimos que aprender a amoldarnos a los requerimientos del entorno, de la familia, de los amigos, para poder formar parte de algo a lo que probablemente ni siquiera queríamos pertenecer, porque tal vez ya éramos felices jugando solos, o no nos apetecía jugar con aquellos niños, o tal vez era nuestro momento de estar enfadados, necesitábamos exteriorizar esa emoción, manifestarla, para que no quedara como un pegote oscuro en nuestra alma, que a fuerza de ver pasar los años se ha hecho más y más oscura.

 

Porque no pasa nada si te enfadas, es más importante encontrar los recursos para enfrentar ese enfado, para poder ver qué es lo que hay detrás de esa reacción, qué es lo que ocurrió para que te enfadaras.

 

La conclusión a la que llegué en un momento dado, es que tal vez deberíamos simplificar nuestra vida, y que las cosas a las que dediquemos nuestro tiempo, nos vayan acercando poco a poco a la esencia que somos, a aquella esencia que cuando éramos niños aún estaba latente y poco a poco fuimos tapando con capas de “no puedo”, “no me lo merezco” y “tengo que ser bueno”. Creo que ya es el momento de que nos repitamos bien alto, da igual si en el silencio o en el sonido “SI PUEDO”, “SI ME LO MEREZCO”, “YO SOY”, porque estoy más allá de las etiquetas, de títulos, de escalafones y de condicionamientos sociales. Todo esto, no son más que circunstancias accesorias, que tal vez adornan nuestra vida, pero no le dan sentido; El sentido ya está en ti.

 

Buen día y feliz Silencio.

 

Sat Nam